Al norte, el río Guadalmez; al este, el río Yeguas, y al oeste, el Zújar. Estos son los límites del valle de Los Pedroches, en el septentrión de Córdoba. Tres topes geográficos que separan también la provincia andaluza de las tierras linderas de Ciudad Real, Jaén y Badajoz con una franja de 115 kilómetros de longitud donde la Sierra Morena tiene las hechuras de un encinar adehesado, al que se unen bosquetes y salpicones de quejigos, alcornoques y robles melojos.
Recorrer Los Pedroches es una interesante sugerencia; cuando los brotes invernales de los cereales quiere ya empezar a apuntar sus ternuras, cuando las temperaturas de estos lares sureños se mantienen suaves y cuando los matices verdes de la arbolada perenne y sus cosechas de bellotas reconfortan más que en ninguna otra fronda de los paisajes ibéricos.
El bosque adehesado, capitaneado por la encina, que pasa por ser uno de los mejores ejemplos de desarrollo sostenible en el medio natural. Un paisaje añejo, creado y mantenido por la mano humana desde hace siglos, descuajado en parte de su componente vegetal hasta quedar convertido en grandes extensiones pinceladas de lunares arbóreos, que en Los Pedroches tiene una de las mejores representaciones Son campos hospitalarios con la fauna silvestre, capaces de hospedar a numerosas especies, desde el escaso lince a la abundante abubilla, que aprovechan la bonanza de recursos existente.
Dos mundos diferentes conviven en las dehesas de Los Pedroches: uno salvaje, espontáneo e instintivo, y otro domesticado, planeado y organizado.
El primero de estos universos acoge una próspera vida animal silvestre, desde herbívoros a depredadores, que se beneficia de los condicionantes de este ecosistema. La fauna libre convive armónicamente con las faenas del campo, en un paisaje de encinares que también deja hueco a alcornoques, robles rebollos, quejigos, fresnos y acebuches; alfombrado de nutritivas y dispares especies herbáceas, en vecindad con carrascas, madroños, brezos, jaras, labiérnagos, retamas y mirtos, sin olvidar el terreno laborado dedicado a trigo, cebada y alfalfa, principalmente. El segundo es el de la cabaña ganadera de cerdos ibéricos, ovejas merinas, vacas de leche y retintas que componen la base del orgullo gastronómico de la comarca.
En este mosaico vegetal habita una extraordinaria comunidad alada, representada por currucas, abubillas, pitos, abejarucos, tórtolas, palomas torcaces, carracas, carboneros, mirlos, cucos, zorzales, herrerillos y elanios azules. Junto a ellos, cigüeñas blancas y negras, además del cuarteto aguileño de imperiales, reales, perdiceras y culebreras, los leonados y negros buitres carroñeros, además de gavilanes y azores, halcones peregrinos y búhos reales. Un variado universo mamífero también puebla las extensas ondulaciones salpicadas de verdes perennes, con ciervos, linces, conejos, ginetas, meloncillos, tejones, jabalíes, gatos monteses, ratones y topillos. El belloterío de estas dehesas es aprovechado también por las grullas viajeras, que en un número próximo a los siete mil ejemplares se desenvuelven a la perfección en estos lares cordobeses durante el invierno.
fuente:( Pedro Retamar)
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