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Pozo blanco
De la Prehistoria, son bastantes numerosos los restos arqueológicos encontrados en el término municipal de Pozoblanco; sin embargo, no resulta fácil saber con seguridad cuando empieza la Prehistoria en esta localidad, puesto que las noticias publicadas son poco precisas. Así por ejemplo, se menciona la presencia de restos pertenecientes al Paleolítico en algún lugar situado entre Villanueva de Córdoba y Pozoblanco, pero nada se dice acerca de los restos, es decir, qué tipo de piezas son las encontradas y a qué periodo del Paleolítico pertenecen. También se hace alusión a la existencia de hachas talladas y raspadores de sílex en Peñas Altas y Navalenguas, pero como en el caso anterior, sin referencias más detalladas, por lo que no podemos indicar a qué etapa de la Prehistoria se podrían adjudicar.
Del Calcolítico tenemos ya datos más claros, destacando el hallazgo de numerosas hachas pulimentadas en diferentes puntos del término, como las encontradas en las cercanías del santuario de la Virgen de Luna.
Como en casi todo el sector septentrional de la provincia de Córdoba, en Pozoblanco son abundantes los sepulcros megalíticos pertenecientes al Calcolítico, que se construyeron a base de grandes lajas de piedra, dispuestas verticalmente, que forman la cámara funeraria, contando la mayoría de las veces con un corredor de acceso orientado hacia el este. Toda esta estructura se techaba por medio de una –o dos- lajas de piedra, y finalmente, se arropaba con un túmulo de tierra. Se trata, en definitiva, de estructuras megalíticas construidas para albergar a varios difuntos.
El ajuar que depositaban con los difuntos no es rico desde el punto de vista material; sin embargo, para nosotros adquiere una importancia primordial, puesto que son auténticos testimonios que nos hablan de las costumbres, ritos, pervivencias de etapas anteriores, reutilizaciones del sepulcro por parte de otros individuos, etc. Consiste este ajuar en puntas de flecha de sílex, hojas (cuchillos) y lascas también de sílex, cuentas de collar, hachas y azuelas pulimentadas y vasijas de cerámica de diferentes formas.
También se puede adjudicar a la etapa que venimos tratando, el Calcolítico, los restos de pinturas rupestres esquemáticas que se encuentran en las paredes de Cueva la Osa. Desgraciadamente, el paro del tiempo ha sido implacable con estas manifestaciones artísticas, ya que han quedado reducidas a simples manchas y restos de pintura de color rojo que, por su deterioro, no podemos interpretar.
Es más que probable que ya en el Prehistoria se llevasen a cabo algunas actividades mineras, pues son numerosos los martillos de minero procedentes de diversos lugares del término de Pozoblanco. Así, han aparecido piezas de este tipo en los alrededores del santuario de la Virgen de Luna; otros fueron encontrados entre El Escorial de Pozoblanco y el río Cuzna, etc. Estas actividades mineras suponemos que comenzarían la final ya del Calcolítico para intensificarse durante la Edad del Bronce y perdurar hasta nuestros días, dada la importancia y riqueza mineral de la zona.
En la Edad Antigua, el doblamiento que parece tener esta zona en época prehistórica no se continúa de forma intensa, por lo que conocemos, en los periodos ibérico y romano. Se han conservado pocos restos arqueológicos pertenecientes a la época ibérica, destacando algunas monedas y restos cerámicos. Son interesantes los materiales conservados en el tesoro de Los Almadenes de Pozoblanco. Este yacimiento, como otros que citaremos a continuación, nos muestra una de las principales actividades que ya desde época ibérica, se debieron desarrollar en la región: la explotación minera, que encontraría uno de sus canales de salida en el río Guadiato, el mismo que en épocas anteriores pudo favorecer la relación cultural entre la costa malagueña y la de Badajoz.
El hecho de que Los Pedroches no aparezcan reflejados en buena partes de las fuentes antiguas escritas puede deberse a su ubicación, que parece alejarse de las principales rutas romanas, que los bordean sin penetrar en ellos. La zona escapa a la descripción pliniana, que hace hincapié en la Berturia, al oeste de Los Pedroches, pero sólo cita marginalmente a Baedro, ciudad que se ubica en esta región. En lo que a las vías de comunicación se refiere, tenemos principalmente la ruta Corduba-Emerita, que pasaba por Mellaria (Fuente Obejuna), o sea, al oeste de este sector. Sin embargo, una vía secundaria recorre el territorio, separándose en la vía Corduba-Emerita a la altura del castillo de Vioque y marchando hacia el puerto Calatraveño; desde allí se divide en dos ramales que estructuran las comunicaciones de Los Pedroches: el primero enlaza Corduba con Sisapo, pasando por Baedro; el segundo gira hacia el este en dirección a Pozoblanco, Pedroche y Torrecampo, torciendo luego hacia el oeste para, tras pasar por El Guijo, unirse al primer ramal en el término de Santa Eufemia.
Las fuentes antiguas nos citan también dos ciudades en Los Pedroches, Baedro y Solia; ninguna de las dos ha sido identificada con exactitud, pero se sabe que Solia se hallaba en la región oriental y Baedro en la occidental. El problema que presenta Pozoblanco es que se halla en una posición central dentro del territorio de Los Pedroches, por lo que es difícil adjudicarlo a una u otra ciudad. La posible ubicación de Solia en la zona de la ermita de Nuestra Señora de las Cruces –enclavada al norte del término de El Guijo- integra a Pozoblanco en la vía que conduce a esta ciudad; por otra parte, el deseo de buscar un límite natural visible entre Solia y Baedro nos hace pensar que éste pudo ser el río Guadamatilla que deja a Pozoblanco en el sector oriental, perteneciendo, por tanto, a la ciudad de Solia.
Los datos que tenemos sobre el término de Pozoblanco en época ibero-romana se relacionan directamente con la explotación minera, actividad muy desarrollada en toda Sierra Morena. La zona de la ermita de la Virgen de Luna, la estación de la Jara, La Romana, Casa de la Solana, La Colambre y, sobre todo, Almadén de Pozoblanco, son importantes yacimientos mineros en los que se ha encontrado material relacionado con el trabajo del metal, cobre en su mayor parte. Destaca entre los hallazgos el ya nombrado tesoro de Los Almadenes, en fíbulas, torques, vajillas, placas, monedas, anillos y discos, principalmente en plata. Al tesoro pertenecen también más de cien denarios romanos de época republicana, que denotan la existencia de una rica aristocracia indígena o ciudadanos romanos relacionados con la explotación de las minas. Algunas inscripciones halladas en la zona nos citan a personajes como Caius Calpurnius Fronto, Lucius Fulvius Badius o Rufina Domitia, cuyos nombres parecen indicar que gozaban de la ciudadanía romana. La agricultura no sería muy rentable, pero sí la ganadería, propia de un terreno de pastos y árboles como sería el de la comarca pedrocheña, cuya madera se consumiría en grandes cantidades en la explotación minera.
En la Edad Media, según la tradición, Pozoblanco habría tenido su origen en un asentamiento realizado por pastores de Pedroche con motivo de una epidemia de peste. Dicho asentamiento se habría llevado a cabo en el lugar hoy denominado Pozo Viejo, al pie de un cerro en torno al cual surgió el núcleo de población. Siguiendo siempre esa tradición, el nombre del pueblo se debería al color de ese pozo, blanqueado por los excrementos de las aves de los alrededores.
La vinculación tradicional entre el nacimiento del pueblo y la ya citada epidemia ha llevado, sin fundamento alguno, a colocar el nacimiento de Pozoblanco en torno a 1350, fecha en que tuvo la primera oleada de pestilencia de las numerosas que sacudieron al mundo medieval en los siglos XIV y XV. Con idénticos fundamentos podían haberse sugerido otras fechas, por ejemplo, en torno a 1361, o a mediados de la década de 1380, en que la peste volvió a sacudir con fuerza a toda la Península.
En el Ordenamiento de Dehesas dado por Enrique II a Córdoba, que data de 1375, Pozoblanco no figura entre los núcleos poblados tras los primeros embates de la peste, lo cual no es una prueba concluyente de que no hubiera nacido aún, pues, durante mucho tiempo, Pozoblanco fue una simple aldea de Pedroche, desprovista por consiguiente, de una personalidad propia como para ser citada en un texto semejante.
Sin embargo, siendo aún aldea de Pedroche, aparece ya con su nombre, Pozoblanco, y con un destacado protagonismo, en un documento conservado en el Archivo Municipal de Córdoba en el que se registra un violento incidente de lucha comarcal contra el señor de Santa Eufemia, Pedro Carrillo, que había causado muchos perjuicios a los pastos de la parte no señorial izada de Los Pedroches. Dicho testimonio data de 1425 y es la primera mención de Pozoblanco conocida hasta ahora.
En 1478 logro la condición de villa, lo cual le daba facultad para eximirse de la jurisdicción de Pedroche. Debía de ser entonces un pequeño núcleo de población en torno al Pozo Viejo, y al cerro, situado a orillas del arroyo que discurre al pie de este último. Junto al primero de ellos se edificio, según la tradición, la primera casa y, con toda probabilidad, fue su primera iglesia la que hoy es parroquia de San Bartolomé. De 1530 data el primer censo conocido. Tenía entonces 491 vecinos.
Durante la Edad Moderna Pozoblanco fue una de las Siete Villas de Los Pedroches y como tal fue siempre villa de realengo, a excepción del periodo comprendido entre 1600 y 1747 en el que fue vendida, junto a las otras seis de su mancomunidad, por Felipe IV, y pasó a formar parte del marquesado de El Carpio. Como villa de realengo que fue la mayor parte de su historia, dependió directamente de Córdoba, que era la que le ponía las justicias y nombraba los oficios municipales.
Durante este periodo de su historia Pozoblanco fue ganando importancia en relación con los demás núcleos de su entorno hasta el punto de convertirse, según Ramírez y de las Casas-Deza, en la más poblada de las siete Villas de los Pedroches. Efectivamente, en estos siglos, Pozoblanco triplicó su población, pasando de los 491 vecinos que tenía en 1530 a los 1.431 que contaba en 1790. Además, en este periodo dicho pueblo no sólo se alzó con la capitalidad de las demás Siete Villas, sino que también se convirtió en la capital de toda la zona norte del antiguo reino de Córdoba al trasladarse a él el 12 de agosto de 1771 el corregidor de Los Pedroches, que hasta entonces había residido en Torremilano.
En este tiempo su término era común al de las Siete Villas, y lo formaba desde antiguo las dehesas de La Jara, Ruices, Navas del Emperador; a partir de 1644 se vio incrementado con la dehesa de la Concordia, enclavada en término de Obejo, y con todo el encinar existente en el término de Villaralto. Todos estos bienes eran disfrutados por los vecinos de Pozoblanco junto con los de las otras seis villas y, además con los beneficios que generaban dichos bienes, se pagaba también a los funcionarios del corregimiento de Los Pedroches, cuyos salarios ascendían en 1753, según el Catastro de Ensenada, a 20.238 reales de vellón. Esta comunidad perduró hasta 1836, año en que se decidió disolverla y repartir las villas que la componían según el vecindario de cada una.
La economía de Pozoblanco durante la Edad Moderna se basó fundamentalmente en la agricultura y en la ganadería, sectores que según Yun Cabrera ocupaban a mediados del siglo XVIII el 78, 62% de la población activa. Los cultivos preponderantes fueron los cereales, a cuya producción se dedicaba por las mismas fechas casi el 90% del terreno cultivable. Entre las especies ganaderas destacó la cabaña ovina, que contaba en 1753 con más de 50.000 cabezas, hecho que habría que poner en relación con el desarrollo de la industria textil. Le seguían en importancia numérica el ganado cabrío y de cerda, alcanzando también cierto auge la cabaña equina, debido seguramente al desarrollo de la arriería, que ocupaba el 6,2% de la población activa.
En el artesanado destacó el sector textil, que en el siglo XVI constituiría una de las actividades económicas más importantes de la villa. En el siglo XVIII esta importancia había decrecido a pesar de que en esas fechas aún trabajaba en dicho sector más del 10% de la población activa de Pozoblanco. El colectivo de los tejedores, con 132 individuos, era el más importante del mismo.
En la Edad Contemporánea, a finales del siglo XVIII Pozoblanco –como se ha indicado anteriormente- todavía poseía una industria textil capaz de diversificar económicamente la población de la dependencia agrícola. La fábrica de bayetas y paños ocupaba a gran parte del vecindario a la altura de 1795. Los tintes, los telares o la conducción de géneros eran sólo algunas de las actividades relacionadas con la industria textil. Su producción fue estimada por aquellos años en unas 6.000 piezas anuales de bayetas -240.000 varas-, los que importaba de renta la respetable cifra de 1.440.000 reales. Tan significación resulta tanto más novedosa si la contrastamos con la situación de las villas vecinas, excesivamente dependientes del sector agrícola y sujeto a una penuria casi generalizada. Por otra parte, y también haciendo referencia a la temática económica, debe señalarse la permanente importancia de la cabaña ganadera, que se manifestó en una extraordinaria adecuación a las condiciones ecológicas de la comarca.
El primer tercio del siglo XIX, por su carácter catastrófico –ciclos epidémicos, crisis de subsistencia, hambruna, etc.,- y su inestabilidad política –Guerra de la Independencia, alternancias entre absolutistas y liberales…-, quebró parte del desarrollo apuntado en la etapa finisecular. El bandolerismo, generalmente procedente de zonas meseteñas, mantuvo amenazadora presencia hasta bien entrada la segunda mitad del Novecientos. Por lo demás, el caciquismo político y las campañas electorales fraudulentas también tuvieron presencia constatable.
Durante la instauración de la I República, Pozoblanco conoció una de las manifestaciones de revuelta social más crispadas. Una nutrida masa campesina demandó, a las puertas del Ayuntamiento el reparto de La Jara, primero, y del total de las tierras del terminó, con posterioridad.
Las acciones inspiradas por la Iglesia hacia el movimiento obrero, también tuvieron especial incidencia, dado lo arraigado del sentimiento religioso en la mayor parte de la población. La significación alcanzada por el Círculo Católico de Obreros, primero (1877), y por la Acción Social Católica más tarde (1912), pueden ejemplificar lo comentado. Así, a los dos años de fundarse el Círculo ya contaba éste con 206 socios activos –obreros- y 102 honorarios, y era una de las afiliaciones más nutridas de toda la provincia cordobesa.
Empero, serán las iniciativas sindicalistas o socialistas las que encaucen la mayor parte de las acciones sociales reivindicativas en los años1918 y 1919.

Tengo entendido que el Tesoro de Los Almadenes o de la Mina del Chaparro Barrenado pertenece al término municipal de Alcaracejos,no a Pozoblanco. Eso ha sido un error histórico que , estando hoy claro, deberían de corregir.
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